lunes, 5 de septiembre de 2011

A pesar de todo, la vida de Carlos Fajardo en El libre pensador

A pesar de todo, la vida. Carlos Fajardo Ricomá
Publicado por Guillermo Arróniz López el 02/09/2011 @ 10:52 en Literatura | Sin comentarios
“[...] mientras él vivía junto a sus emociones positivas, iluminado por su antigua lamparilla de seda y cobre, rodeado de sus libros, de la foto en blanco y negro de sus padres e hijos, de sus cuadros, de su tabaco preferido [...]“.
Página 54.
“Aquello encajaba en la mentalidad de Jorge, abonada para descubrir los orígenes del bien y del mal, sin tener que recurrir a las religiones personalistas, como lo había intentado en sus años jóvenes”.
Página 55.
“Pensaba que cada uno despliega, a lo largo de su vida, mecanismos de autoconsuelo para manejar los momentos difíciles: podían ser dogmas religiosos, o el psiquiatra, el trabajo, la bebida, o las drogas, el sexo, el tabaco, el valium, el chocolate, o el anestésico televisivo… pero nada de ello, en verdad, permitía restablecer una armonía entre las emociones más ocultas y un sentimiento de confianza en la existencia”.
Páginas 56-57.
“No era necesario que nos cansásemos con tus problemas insubstanciales de burgués hastiado de una mujer neurótica; esto ya está muy visto, y además es tremendamente aburrido”.
Página 97.
“Drori se rebeló, enseguida, como una experta del lugar; sus explicaciones eran sencillas, comentaba los múltiples símbolos que aparecían en cada recoveco, hablando con naturalidad de la muerte y de la inmortalidad, sobre todo de esta última, al indicar las figuras de las serpientes, que engullen su propia cola, o de las alcaciles, una planta que, aunque se seque, siempre vuelve a florecer”.
Página 123.
Si estamos realmente ante la organización de los papeles anotados de un amigo del autor, en los que se contenían sus reflexiones y datos biográficos, especialmente los de sus últimos años, realmente el homenaje es notable. El trabajo de ahondar en las páginas escritas por otro, desordenadamente, mezclando hechos y pensamientos no sólo es de los más arduo, sino de lo más complejo a la hora de seleccionar lo realmente relevante de lo que no lo es.
Si, por el contrario, nos encontramos con una pura ficción que echa mano del recurrido mecanismo del “manuscrito encontrado”, la obra nos plantea diversas dudas. En primer lugar, lo que en un ser humano sería y es absolutamente normal: la eterna duda, la búsqueda de las verdades absolutas que no termina en ninguna seguridad, sino en vaivenes emocionales y espirituales, pero sobre todo reflexivos; todo ello, quedaría algo cojo en un personaje de quien realmente no llegamos a saber por qué no es capaz de enfrentarse realmente con la espiritualidad, de dar ese paso que su yo más profundo le empieza a reclamar cuando ya se ha asentado profesional y económicamente. El protagonista pierde fuelle buscando la verdad, la realidad máxima, la metafísica, el sentir profundo de la vida, pero no sabemos muy bien por qué. ¿Es un pusilánime? ¿Es incapaz de creer en nada? ¿Un agnóstico puro que busca dejar de serlo, como un personaje de Unamuno que siendo ateo le pide a Dios la fe? No se sabe. Y ello, en parte porque, en segundo lugar, a veces al libro le cuesta diferenciar entre lo esencial y lo anecdótico, quizá porque al protagonista le suceda así. ¿Acaso tiene relevancia el ir y venir de los camareros en los restaurantes? Sin embargo, cuando el hombre retratado decide ser infiel a su mujer para buscar una compañera de un amor vital real y no institucionalizado, etc., y el experimento tiene un desenlace que lo demuestra como inútil, como un experimento absurdo basado quizá sólo en la voluptuosidad… se pasa página con una rapidez sorprendente.
No es fácil saber la auténtica naturaleza de este ejecutivo que, alcanzado el dinero y el éxito social empieza a preocuparse por la edad, el tiempo, la verdad de la vida… aunque curiosamente todo ello deja fuera a una familia que no funciona, o mejor dicho a un matrimonio que no funciona y a unos hijos independientes y ausentes.
¿Es en la Cábala donde el personaje encontrará respuestas a sus preguntas? ¿En la tradicional fe Católica que siempre ha rechazado?  ¿ En las regresiones? ¿En los grandes filósofos? Acaso nunca lo sabremos.
Como contrapartida, el autor se muestra especialmente hábil a la hora de situar históricamente la acción, de pintar una sociedad, una fecha; de generar un periódico en cuatro o cinco titulares. No es de extrañar teniendo en cuenta sus trabajos en importantes medios de comunicación españoles. Valgan un par de ejemplos:
“A los veintidós años ya era economista, con excelentes calificaciones, y había realizado, además, tres cursos de psicología en la Universidad de Barcelona. Era cuando, por primera vez en la historia de la medicina, Christian Barnad realizaba un trasplante de corazón a un hombre de cincuenta años, por el de una joven de veinticinco. La nave espacial soviética Venera IV penetraba en la densa atmósfera de Venus, confirmando la imposibilidad de existencia de vida en el Lucero del Alba. Y empezaba a ser público y notorio que un decrépito generalísimo Franco padecía un parkinson galopante, sin que se pudiera asegurar cómo evolucionaría la tan esperada transición democrática y si no se produciría una grave crisis entre los nostálgicos del régimen y los nacientes líderes de la oposición”.
Página 22.
“Acontecía el mes de julio de aquel año noventa y dos, en plena locura colectiva de los Juegos Olímpicos. Parecía que nada podía suceder al margen de tan obsesiva y agobiante efeméride [...] Para Jorge había sido mucho más importante el desmantelamiento del apartheid, o el hecho de que, después de trescientos años, el Vaticano admitiese por fin, públicamente, que Galileo Galilei tenía razón al decir que la tierra giraba alrededor del sol y no al contrario (eppur si muove…)”.
Página 116.
Finalmente el gran mérito de la novela, a veces ensayística por sus diálogos casi filosóficos, es, qué duda cabe, ponernos frente a las preguntas que la vorágine del mundo occidental actual nos hace obviar: el paso del tiempo, la muerte, la otra vida, la fe, las verdades universales, los lazos que nos unen o nos atan a nuestros seres querido, o tan solo cercanos. Leer de nuevo sobre Unamuno o sobre Ortega y Gasset, ver que su pensamiento no ha muerto definitivamente entre los bostezos de escolares cada vez menos interesados por la vida y más por la entelequia informática, es alentador… y anima a que el lector retome esos libros que hay en casi todas las casas antiguas y le dé una vuelta al gran pensamiento occidental, y a las respuestas que las diversas culturas han dado a esas grandes preguntas.

Artículo impreso desde EL LIBREPENSADOR: http://www.ellibrepensador.com
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